Por Ernesto Garibay Mora
Este pasado 14 de abril se llevaron a cabo elecciones presidenciales en Venezuela, por un lado el oficialista Nicolás Maduro y por el lado opositor, Henrique Capriles.
Una lucha muy peculiar por diversos aspectos, en primer lugar, desde la apertura de la urnas, una guerra de declaraciones que enturbiaron la jornada, llegando incluso a declaraciones intimidatorias por parte de la fuerzas armadas al señalar que no eran permitidas las manifestaciones públicas en el Palacio de Miraflores; por su parte la presidenta del CNE (Consejo Nacional Electoral) Tibisay Lucena, aseguró que cuando ese órgano hiciera declaraciones sobre la tendencia de los sufragios, sería porque son irreversibles, declaración hecha en el marco del escrutinio de las actas.
El propio Maduro acusó de intervencionismo electoral al gobierno estadounidense, aunado a todo ello, la momentánea, inconsistente y peculiar caída del sistema para evitar, de acuerdo al gobierno venezolano, la intervención de los hackers. Por el lado de Capriles, tratando de sostenerse en la rumorología, declaraba en las redes sociales que los resultados comenzaban a llegar de manera importante y que crecía el optimismo, dejaba entrever también la posibilidad de un fraude.
Al final de la jornada Maduro tenía el 50.66% de los votos, mientras que Capriles se izaba con el 49.07%, es decir, una ínfima ventaja, por lo que el opositor propuso que se contabilizaran todos y cada uno de los votos, hecho que el virtual ganador aceptó, pero no el gobierno de transición.
Ahora bien, ¿Qué le espera a la hermana Venezuela? Maduro, lejos, muy lejos de asimilarse con el liderazgo de Hugo Chávez, conducirá al país por la vereda del divisionismo; gobernará, si se confirma su triunfo, una nación sumergida en un mesianismo absolutista basado en la imagen y recuerdo de un Chávez inexistente o transformado en simple pajarillo chiflador.
Bajo esa perspectiva puede surgir algún intento de golpe de Estado por la indubitable ausencia de poder, tomando en consideración que Maduro no ganó las elecciones por sí mismo, sino el recuerdo de un líder que se instauró en el poder a base de una estrategia política al puro estilo castrense y sesentero fue fundamental en la victoria.
En ese sentido, por lo menos la mitad de los votantes han etiquetado a Maduro como un presidente espurio e ilegítimo que piden el recuento voto por voto de todas y cada una de las urnas; propuesta, reitero, que ha sido rechazada por el gobierno temporal de Venezuela. ¿Será que efectivamente hubo fraude?
Si quiere tener más información de Ernesto Garibay Mora, le puede enviar un correo electrónico a: egaribaym@yahoo.com.mx.