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Atrapado Entre el Covid-19 y la Lucha Migratoria, Albergue en la Frontera EU-México Lucha

Las dificultades de los ancianos, enfermos mentales, discapacitados fí­sicos y las personas sin hogar en la frontera entre los Estados Unidos y México a menudo se pierden en el caos de la lucha migratoria.

Durante los últimos años, el Albergue Centauro Sifuentes, organización sin fines de lucro en Coahuila, México, ha tratado de cambiar esta realidad alejando a estas personas de la situación de calle y proveyéndolas de comida, ropa y medicina.

Pero dado que la pandemia del coronavirus ha frenado el flujo de donaciones y otras fuentes de ingresos, el fundador del albergue no sabe cómo sobrevivirán.

 

El Albergue Centauro Sifuentes está ubicado en Ciudad Acuña, localidad ubicada al cruzar el Río Grande desde Del Río, Texas. Víctor Sifuentes, su fundador, se percató de que Acuña no satisfacía una necesidad de salud, así que junto con su esposa trató de cubrirla.

Ubicado en una vieja escuela, el albergue aloja a 53 personas entre 16 y 83 años, que en su mayoría tienen discapacidades físicas y enfermedades mentales. Los medicamentos suelen ser su necesidad más urgente y su gasto mayor.

Hombre en silla de ruedas en el albergue. (Cortesí­a: Auden Cabello)

“Los medicamentos proporcionan equilibrio mental y emocional; de lo contrario, la tarea de administrar los cuidados podría dificultarseæ, dijo Sifuentes.

Dado que la pandemia ha afectado las donaciones y la capacidad del albergue para realizar sus recaudaciones de fondos, a Sifuentes le preocupa la capacidad de la organización para mantener a sus residentes.

“Sobrevivimos de las donacionesæ, dijo Sifuentes. Por el momento, el albergue recauda fondos en línea.

Para incrementar sus donaciones, el Albergue Centauro Sifuentes vende platillos de comida y organiza eventos, donde la gente juega lotería, un juego mexicano similar al bingo.

“Pero ahora, debido al Covid-19, no podemos trabajar con comida, ni vender platillos, ni nada”, dijo.

Esta causa es personal para Sifuentes.

A los once años, él abandonó su ciudad natal de Francisco I. Madero, en el estado mexicano de Durango, porque vivía en un ambiente de abuso. Su padre, un exsoldado, era estricto y violento.

“Por cualquier cosa pequeña abusaba de nosotros”, dijo Sifuentes.

El dolor emocional que Sifuentes vivió como consecuencia de ello lo empujó hacia un camino oscuro. El vacío y la soledad parecían llenar su vida, dijo.

El joven se aventuró al norte, hacia la frontera, y se refugió durante seis meses en un cementerio de Ciudad Juárez, que estaba asolada por el crimen. Pero encontrar empleo le resultó difícil.

Mujer sentada en un banco del albergue. (Cortesí­a: Auden Cabello)

Se convirtio en coyote y traficó migrantes al otro lado de la frontera. En su tiempo libre, se volvió adepto a la heroí­na y las jeringas.

“Cuando me encontraba en ese punto trabajando [como coyote] me dije a mí mismo: ‘Esto tiene que terminar’ ” dijo.

Sifuentes terminó en una prisión mexicana.

Mientras viví­a en el cementerio, conoció a un hombre mayor. Conocido como Pancho, este también se refugiaba en el cementerio y luchaba contra una enfermedad mental. Pancho le otorgó a Sifuentes un espacio para quedarse en el cementerio y le proveyó regularmente de comida.

Pancho fue la única persona que ayudó a Sifuentes en los siete años que vivió en Juárez, dijo Sifuentes. Pero un día, mientras trataba de ganarse el pan, Pancho fue atropellado por un automóvil y murió.

Inspirado por el altruismo y la compasión de Pancho, Sifuentes se comprometió a ayudar a las personas sin hogar y a los enfermos mentales. Entonces, regresó a Durango, se casó y se preparó para una nueva vida.

En 2017, Sifuentes y su esposa salieron a las calles de Acuña y comenzaron a cocinar comidas para las personas con las que se topaban. Pero sintieron que eso no era suficiente, pues todavía había gente hambrienta en las calles.

Así­ que abrieron un refugio.

Inicialmente, el Albergue Centauro Sifuentes utilizaba una pequeña casa para cuidar a sus residentes. Pero pronto se hizo necesario adquirir una propiedad más grande. El estado de Coahuila les arrendó una antigua escuela pública, de forma indefinida y sin pagar renta.

Sifuentes aceptó el trato. Pero ésta fue la única ayuda que recibió del Estado.

El gobierno mexicano no ha establecido una polí­tica social que conecte la falta de vivienda con la salud mental.

“Por el contrario, la falta de vivienda está criminalizada y el sistema judicial se ocupa del problema recurriendo a leyes de ‘decencia’ y otras infracciones del espacio público”, dijo Martha Tepepa, académica investigadora del Instituto de Economí­a Levy del Bard College. “Asumen que estas personas no pueden ser rescatadas de su situación. Asumen que no pueden trabajar Usted está fuera del mercado. El mercado no lo quiere.”

La pobreza es manejada a través de programas sociales que básicamente descalifican a las personas sin hogar. Los beneficios del programa sólo se pueden emitir a nombre de personas que tienen direcciones permanentes, dijo. Por lo tanto, la brecha en el apoyo a este grupo debe ser cubierta por otros.

“La atención a la población sin hogar con problemas de salud mental se deja en manos de las caridades religiosas y de fundaciones privadas”, dijo Tepepa.

La corrupción obstaculiza las polí­ticas y los programas, mientras que la retórica electoral que promete abordar el problema se queda corta, dijo. México implementa programas temporales, pero no polí­tica legislativa.

“Coahuila ha sido un bastión del PRI (Partido Revolucionario Institucional) y el PRI, como saben tiene una larga historia, no sólo de corrupción, sino también de manipulación de masas, dijo. “Ahora, ideológicamente, dicen que van a hacer muchas cosas, pero al final los recursos desaparecen y nunca se hace nada”.

Hoy dí­a, algunos de los hospedados en el albergue son remitidos allá por familiares. Otros son recogidos luego de haber sido arrojados y abandonados en las calles de Acuña.

En el albergue vive un hombre que no tiene piernas y que fue obligado por sus familiares a vivir afuera, debajo de un árbol. Sifuentes luchó con la familia de este hombre por su custodia.

“Les dije: ‘Lo tienen viviendo como a un animal’ “, dijo.

Sifuentes y su esposa no tienen entrenamiento formal en materia de salud mental, pero dicen que Dios los ha movido a cuidar a las personas sin hogar.

Ya están viendo resultados: diez de las primeras treinta personas que rescataron de las calles se han reinsertado exitosamente en la sociedad, reunido con su familia, y ahora tienen un empleo remunerado.

“Mi objetivo es que haya menos gente en situación de calle, darles una vida mejor”, dijo Sifuentes, “para que no mueran de frIo o hambre en las calles, como animales”.

(Editado por Cathy Jones y Natalie Gross)



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