Sao Paulo, 8 nov (EFE).- “No cambio mi dignidad por mi libertad”, clamaba con su voz ronca y afónica Luiz Inácio Lula da Silva, el primer presidente obrero de Brasil (2003-2010), quien este viernes abrazó su libertad después de un año y siete meses entre rejas condenado por corrupción.
Lula, de 74 años, siempre fue un animal político, un hábil estratega capaz de moverse con soltura en las diferentes esferas del poder y negociar entre bastidores con los opositores, pero su olfato no fue suficiente para escapar de las acusaciones de corrupción que enfrentó una vez dejada la jefatura de Estado.
Cuando el 7 de abril de 2018 supo que no habría forma de esquivar la cárcel, este operario sin estudios superiores y de verbo encendido se refugió en los brazos del pueblo y pasó 48 horas atrincherado en la sede del sindicato de los Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo, donde despuntó como líder sindical en la década de los 70 y comenzó a tejer el Partido de los Trabajadores (PT), hegemónico en Brasil durante 16 años (2003-2016).
Allí, en el día “más indignante” de su vida, como él mismo describió, Lula dejó una imagen para la historia: salió de su cuna política cargado a hombros por una multitud mientras la policía le esperaba a algunos metros de distancia para conducirle los más de 400 kilómetros que distan hasta la sede de la Policía Federal de Curitiba, donde ha pasado los últimos 580 días.
En su celda de 15 metros cuadrados, Lula llegó a montar un cuartel electoral y orquestó su campaña para las elecciones presidenciales de octubre. Pero la Justicia volvió a cruzarse en su camino y le propició el golpe más duro de su carrera política al vetar la candidatura de uno de los hombres más amados -y odiados- de Brasil.
Entre rejas fue testigo de la llegada de la ultraderecha al poder de la mano de Jair Bolsonaro y sufrió su segunda condena por corrupción. Pero pese a las derrotas políticas y judiciales, nada fue tan duro en su vida como la muerte en marzo pasado de su nieto Arthur, de apenas 7 años, por una infección generalizada.
En los últimos años, mientras batallaba en los tribunales para defender su “inocencia”, Lula también perdió a uno de sus hermanos y a su esposa, Marisa Letizia, quien falleció por un derrame cerebral, el cual algunos militantes atribuyen a las presiones sufridas por las denuncias de corrupción que también le salpicaron.
Pero Lula, “el hijo de Brasil”, como fue bautizado en una película biográfica, reencontró el amor tras conocer a la socióloga Rosangela da Silva, de 40 años, y, según sus allegados, su primer “proyecto” fuera de la cárcel será casarse con ella.
“¡Mañana te voy a ir a buscar. Espérame!”, afirmó en sus redes sociales Rosangela da Silva tras conocer el fallo.